J(e m)'acuse

16 febrero 2006
Me acuso de tener conciencia de formar parte de un diálogo permanente con una inmensa herencia cultural precedente; de creer que toda obra de arte deriva de otras previas que forma con ellas un tejido, una red, así como con sus contemporáneas y con aquellas otras por venir.

Me acuso de creer que los lenguajes que habitamos y somos conforman un patrimonio público -de imágenes, palabras y todo tipo de signos-; de creer que cada "obra" es fruto, y provisional, de un proceso que no podemos dejar de considerar colectivo, en tanto que se trata de lecturas, de diferentes actualizaciones de un código común.

Me acuso de creer que la base de lo que llamamos creación artística no es sino la desviación del uso de la norma lingüística, y que desde la tradición oral a la contaminatio latina o a Pound, al collage y al montage, al Pop Art, al ready made... la parodia, la manipulación, las recontextualizaciones, la cita, la ironía, el intertexto son los recursos en los que se basa esa "creación". Y esto es así no sólo en esos casos y en el de quienes se reconocen en esa tradición, sino en todos, incluidos los de aquellos que defienden la ficción contraria a fin de preservar el estatuto que el senado y el pueblo (¡y el mercado!) confieren a la figura del genio individual y a su obra.

Me acuso de indignarme ante las campañas de propaganda que recurren al tan popular mito del artista bohemio y sus penalidades como coartada para restringuir el acceso a las producciones culturales en un momento en que la tecnología permite su libre circulación e intercambio. Y me acuso de ver esta ofensiva como parte del proceso general de privatizaciones que exige el sistema de explotación capitalista globalizado: liquidación de todo tipo de bienes y servicios públicos, incluido -¡cómo no!- el conocimiento, reducido a mercancía, en beneficio de los propietarios y los intermediarios y a costa del empobrecimiento general.

Me acuso de creer que los grandes propietarios utilizan a los chicos como coartada para conservar sus privilegios; de creer que la inmensa mayoría de los artistas no obtiene beneficios del copyright -o que éstos son irrisorios- y que lo que aquí está en juego son las grandes ganancias generadas por la industria del ocio -el cine y la música comerciales: best sellers, hits, blockbusters, taquillazos... que de lo que en realidad se está hablando es del control por parte de las corporaciones del mercado de las comunicaciones. Un lienzo más del muro, de la verja, las vallas, las barreras de leyes que levantan por todas partes para mantener la chusma a raya y separar a los ricos de los pobres, a los solventes de los indeseables, y extender el campo de la exclusión.

Me acuso de ver que detrás de las presiones que los gestores de la propiedad intelectual ejercen sobre la opinión pública y los gobiernos para reforzar el control sobre la cultura "dentro del actual modelo social y económico", hay un reconocimiento implícito de lo imperecedero de dicho modelo y orden. Y me acuso también de distinguir entre una red wi-fi y desalambrar: que allí donde ellos ven sólo máquinas de hacer dinero, otros vemos ocasión para la lucha y el juego, es decir, para la vida.

Me acuso de ver en la criminalización y persecución de la circulación y la copia, síntomas de que estamos en un momento de transición de la cultura de masas en el que el posible el desarrollo de nuevas formas de cultura popular: colectiva, polifónica, multiforme, poliédrica, desjerarquizada, reticular, excéntrica, horizontal, rizomática, procesual y en constante reescritura, (auto)cuestionamiento y transformación.

Me reconozco interesado en y partidario de la experimentación de cierto tipo de prácticas artísticas que podríamos llamar comunistas, con perdón, o, si se quiere, comunalisttas o comunitaristas, o sociales, o públicas, en el sentido de distinguirse por su vocación, entre otras cosas, por hacer sociedad -esto es, el territorio del debate, del diálogo, el disenso, del conflicto también; trabajos que no son sino una relectura de citas, visuales y verbales, extraídas de textos preexistentes y que, a su vez, pasan a formar parte de narraciones más amplias, que las incluyen y que las desbordan. Y me acuso de ver en estos desbordamientos, ejemplos de otros modos de hacer, relacionados con otras maneras de hacer polis, en el sentido de desarrollar un tipo radical de democracia.

Me acuso finalmente de soñar, de imaginar modos de resistencia en compañía de otros; también de no ignorar que todo esto suena a wishful thinking, de que digo nombres más que gastados, de repetir palabras empapadas por la saliva de otros, de saber que el motor de este deseo no es sino el deseo mismo, curtido en mil fracasos, traiciones, desengaños... Me acuso de saber que este amor no es el primero y sin embargo y pese a todo amarlo.

Magnífica declaración de Rogelio López Cuenca vía Artesanía en la Red.
El que quiera entender que entienda.

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